domingo, 11 de septiembre de 2016



El terciopelo de América ruega sin espasmos,
frutos en conciencia lenta, a pasos perpetua.


El ojo nauseabundo de este mundo,
ve con éxtasis tu sinfonía ciclada, como atrapada
entre murmullos en aromas.


El sexto es el quinto,
mientras el segundo envenena al primero,
sin terceros ni cuartos, te rezamos a Ti.


El Sol nostalgia mi paradero con violas de
sonido espeso, en tanto las hojas bailan, bailan sin ritmo,
bailan sin Sol, bailan sin mi presencia magnética.


El americano profundo, conoció un México profundo,
que escondió su tiempo sin creerme, abriendo pasos en
noches de luna, con horizontes de fuego y magma de sangre.


El chileno de cosmos sediento vibró, a resurrección pacifica,
enlazando en tus ojos de fuego, su color a tumba, cuando,
al espejo te ves que ya no existes.


El árbol, dejó su olor a tierra abriendo espacios en el cielo y,
junto a la magia sempiterna recorrió valles de hermosura,
entregándome tu recuerdo, como paraje devastado.


El, a través de sus silencios viajó con tu rostro
adorando esperas sigilosas al canto de la imagen pincelada
y briosa de una simbólica empuñadura,
sello de mi cofradía que se extingue.


El ultimo guardián sagrado de mi cofradía, de mi estirpe,
cuida desde el cielo nuboso y perfecto, mi armadura,
esperando la ultima batalla, antes de reunirme con mis ancestros.


El rayo nocturno que iluminó mascaras de futuro,
ahora ilumina mi camino, guarda mi refugio secreto,
muy lejos de tu parecer.


El río aliado avanza hasta ciegos de mar, huelo bruma tardía
en lobo de piedra negra, demostrando sin mayor sabiduría,
que el mañana, no es el día de ayer, ni de hoy.


El, se viste para saciar recuerdos olvidados,
se viste de lujuria,
se viste.


El enamorado vuelve a ti,
perdido en el caserío, espera abras tu amor para 
recibir sus semillas de cosmos, 
perpetuando eterna su prosapia.


El se viste de hombre, ella de mujer,
navegando en sus sabanas,
ejercito mi emblema.


El transitorio dictamen de sus pensamientos,
risas o llantos en sedición, destronan al Rey
de laberintos y antorchas caídas, silentes por mi viento.



El Septentrional mundo antártico de nieve oscura,
ritmos de ciclos perfectos, muere en agonía,
siendo al tiempo un segundo de Eras, que reclaman su historia.


El americano profundo, adoró tierras en agonía,
sepultando en noches, tertulias de insomnio,
paso a paso caminó un otoño sembrado de hojas tranquilas.


El americano profundo, 
despertó una tarde rosada cerca del cielo,
conversando tu mañana, mientras, 
las hojas del otoño tejían un lenguaje
indescifrable, en dirección al cielo, a su corazón.




LUIS ALBERTO MORALES GUTIERREZ



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